Quizás la sinceridad de Reynaldo Miravalles no era evidente en sus películas. Al hablar sobre su papel en Esther en alguna parte —su último filme— dijo que por suerte los diálogos eran cortos porque, de otra manera, no habría podido memorizarla.
Tenía casi 90 años y regresaba a La Habana después de establecerse fuera de Cuba a finales de siglo XX. Sin saberlo, filmaría su última cinta, bajo la batuta de otro grande del cine cubano: Gerardo Chijona.
Miravalles participó, según IMDB, en 35 proyectos audiovisuales. Su debut cinematográfico aconteció en Papalepe (1957), una película producida por Venezuela y dirigida por Antonio Graciani en la que desempeñaba un rol de poca importancia.
Fue un artista completo. No solo estuvo en la gran pantalla, sino que supo conquistar la televisión y la radio. Este último medio fue el primero que lo acogió como actor, al participar en una transmisión de La Voz de los Ómnibus Aliados, a la que llegó a los 19 años.
Antes de ello, no podía imaginar que terminaría como una de las figuras más trascendentales del cine cubano porque, en sus inicios, la actuación no fue la prioridad de Miravalles.
Pintor. Esa fue la primera opción dentro del mundo artístico explorada por Reynaldo Miravalles.
Él nació en el Callejón del Chorro, en la Plaza de la Catedral de La Habana en enero de 1923, y a los 17 años se matriculó en una escuela de pintura, en Reina y Gervasio.
Se dedicó a esa tarea durante dos años, en las noches. Sin embargo, cuando le tocó el turno regular tuvo que renunciar a la vocación por los problemas económicos de la familia.
Los días eran para mejorar sus condiciones, y por entonces se dedicaba a vender algunos artículos en pos de ayudar a su madre. Con los ahorros y junto a un amigo, compró un café sin amueblar en el que vendía leche.
Justamente en ese local, conoció a un muchacho que no tenía dinero y trabajaba para Cadena Azul, la emisora radial. Él le dijo al futuro actor que era artista, y Miravalles le contestó que le gustaría dedicarse a ello.
Más tarde, se unió a un grupo de actores muy pequeño, e hizo un programa del que se transmitieron tres capítulos. Decidió que le gustaría la actuación.
Cuando comenzó a trabajar de manera regular en Cadena Azul, era de manera gratuita. En los primeros tiempos no recibió un centavo a cambio de sus actuaciones, que realizaba diariamente con dos frecuencias.
Se mudó a Prado, y alquiló un cuarto por tres pesos. Después de eso, se quedó sin dinero. Iba cada día a la emisora desde las siete de la mañana hasta las ocho de la noche para aprender de todo un poco.
Desde ese momento, la vena humorística del actor quedó al descubierto. De hecho, fue uno de los participantes de una famosa serie cómica radial de la época, llamada La Tremenda Corte.
En la década del 50, entró al ámbito televisivo. Era el tiempo de las novelas jaboneras y los programas en vivo. En 1951 recibió el premio como el actor más destacado del medio, y en su larga carrera televisiva interpretó cientos de personajes.
El talento interpretativo de Miravalles lo dotó de la capacidad de asumir tanto papeles humorísticos, como otros de profundo dramatismo, hecho que evidenció con su participación en el teatro. De la escena trascendió en la memoria colectiva su actuación en Santa Camila de La Habana Vieja.
Aunque su debut ocurrió en el año 1957, al momento de crearse el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), sus demostradas habilidades actorales lo convirtieron en una de las elecciones más acertadas para el nuevo panorama.
Títulos como Historias de la Revolución (1960), El joven rebelde (1961), Las 12 sillas (1962), El hombre de Maisinicú (1973), y Los sobrevivientes (1978) que marcaron pautas en la historia cinematográfica cubana, tuvieron en su elenco a Reynaldo Miravalles.
También participó en otros filmes icónicos como Los pájaros tirándole a la escopeta (1984), o su personaje de Pedro Cero por Ciento, en el filme De tal Pedro tal astilla (1985), una suerte de recreación en tono humorístico de la obra shakesperiana Romeo y Julieta, llevada al campo cubano.
Con este personaje, el actor mereció un premio Caracol, distinción entregada por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en la categoría de Mejor Actuación Masculina.
En el año 1991 participó en el polémico filme Alicia en el pueblo de Maravillas, dirigida por Daniel Díaz Torres, y al año siguiente se sumó al elenco de Mascaró, el cazador americano, por lo que ganó un Coral en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en 1992.
A mediados de los años 90, Reynaldo Miravalles se radicó en Estados Unidos. Allí continuó su carrera, en filmes como El misterio Galíndez, y Cercanía.
Pasaron 19 años hasta que el actor volviera a filmar una cinta en Cuba. Esther en alguna parte fue su último trabajo en la pantalla grande.
Interrogado sobre su ausencia del panorama fílmico cubano, se refirió a las lógicas de producción del cine:
"Si tú no vives en tu país, no hay un estilo de producción para que te seleccionen. Para esta película, no hay mucha gente que tenga la edad que tiene que salir en ella. Los viejos trabajan en el cine porque abren la puerta y solo dicen: 'el señor no está', y cierran la puerta. Los argumentos para viejos no existen en el cine (…). Y, además, para hacer una película, el argumento tiene que estar bueno. Si me ofrecen una película que no esté bien el argumento… ni aquí, ni allá".
Miravalles falleció en 2016. No hacía tanto el público lo había visto en Esther en alguna parte, y regresar a La Habana lo llenó de emociones. Las personas lo fueron recordando, algunos se sacaron fotos y, en la mayoría de los casos, el cariño fue unánime.
E interrogado, de cómo le gustaría que le recordaran, dijo que con su trabajo, pero que, llegado el momento, no importaba mucho.
"Después que me muera, ¡se acabó la ola!"
Pero no se acaba.